Aqui estamos. Ya contamos con generaciones enteras que desconocen lo que se siente viajar a territorio rival por amor a los colores.
Lo que antes era comer temprano, en casa y con la vieja, hoy es una previa interminable de gente queriendo ir a un boliche más que a una tribuna. La ausencia de los hinchas visitantes dentro del fútbol argentino se sufre como una herida abierta. Su vuelta no es solo un deseo; es una necesidad.
La escena se repite en cada clásico, en cada encuentro decisivo, en cada partido chivo. Uno va a la cancha sabiendo que del otro lado no hay nadie haciéndonos notar ese momento de nerviosismo traducido en silencio. En murmullos. En quejas. Ese otro lado permanece vacío, aún lleno, como un eco de la nostalgia.
Y no hay excusa ni justificación que sobreponga la falta de los miles dispuestos a venir a nuestra casa. Ni los hechos de violencia, ni la corrupción policial disfrazada de incapacidad, ni la crisis económica. Porque mientras el mundo mejora las condiciones para no perder la tradición más importante del deporte nosotros damos ventaja. Sí, ventaja. Competir internacionalmente contra clubes acostumbrados a viajar, acostumbrados a organizar tribunas, acostumbrados a comerse un palazo también, por qué no, inclina demasiado la balanza.
Si lo que necesitan son pruebas de "buen comportamiento" el contexto actual ha demostrado con creces y a lo largo de los años (con el ejemplo de la Copa Argentina) que si se quiere se puede. En este punto podríamos agregar que solo pedimos un poco de seriedad a la hora de organizar las contiendas ya que, de favorecer a 1 de los 2 peleando por avanzar en la misma, traten de que recaiga sobre el Club de menos recursos para evitar canchas vacías/por la mitad. No nos falten el respeto.
Sin embargo esta realidad nos encuentra sometidos ante la inutilidad de la política. Estamos por fuera de agenda ya que nadie pone en el temario recapacitar la nefasta decisión de prohibirnos. No solamente como movimiento popular que se desplaza sino como seres humanos felices. No es fácil de igualar la adrenalina que sentía el hincha de River en Retiro sabiendo que a la misma hora jugaba Independiente, o la del hincha de Vélez llegando a Caminito, ni siquiera la que vivían los sanjuaninos entrando a Mendoza. Hay algo espiritual que intentan apagar. Hay algo de lo masivo que sin lugar a dudas intentan frenar. No importa el color del oficialismo municipal, provincial o nacional.
El único color que nunca cambia y acrecenta sus negocios a lo largo y ancho del país es el azul. El de la policía que con operativos militares contra hinchas que ni de querer tienen contra quién pelear no reducen ni la cantidad de agentes ni el presupuesto reclamado. Claro, sacarle un pica hielo a una filial que quiere entrar en un camping cordobés con 40 grados de temperatura debe ser un hito histórico. Casi tan grande como tirarle gas pimienta a un padre que intenta hacer valer el abono que tiene en la platea de Huracán.
La historia del fútbol argentino está escrita con la tinta de la pasión y la rivalidad. De lo imprevisto. Del gritarnos cara a cara.
Así como caminamos a la par de nuestros héroes de Malvinas, a nivel tablón corremos con una gran ventaja: gente grande y vital de cuero curtido. Viva. Con la experiencia necesaria para enseñarnos. De nosotros depende actuar en consecuencia.
¿Vamos a esperar a que el último dueño de una bandera se "jubile"? El momento para actuar es este. #QueVuelvanLosVisitantes
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