Este humilde ensayo se propone a trazar un recorrido espiritual de la actividad militante de nuestra generación. Un apunte para cantarle la guerra al invierno neoliberal que cautiva cada espacio que tenemos atesorado en nuestras vidas. "La guerra siempre ha sido la gran astucia de todos los espíritus que se han vuelto demasiado interiores, demasiado profundos; hasta en la herida hay fuerza curativa”, afirma Nietzsche. El mundo que tenemos es la realidad, no podemos enojarnos con la realidad misma, ya que la indignación y la angustia no son la salida de este laberinto. Marx creía que el motor de la historia es la lucha de clases, esta premisa marxista traducida en la espiritualidad Argentina, se transforma en decir que la fe es el motor de nuestro pueblo. Todo en nuestro país se sustenta a través de la fe, en creer en “algo”. Por eso, posiblemente sea difícil que la angustia convoque a un humano a formar parte de un esquema, proponer futuro y esperanza se acerca más a lo que necesitamos para marcar una nueva hegemonía. A continuación, sentimientos y apuntes que profundizan esta breve introducción.
Primero siento, luego existo.
Me encuentro teorizando últimamente sobre el mito originario. Por algún reflejo intuitivo uno recurre a lo que respondía de niño. Particularmente mi deseo era ser Presidente. A los ocho, nueve años, llamativamente fascinado por una hegemonía política que transcurría por aquel entonces, que me conmovía y me llamaba a ser parte, mi primera respuesta era esa. No comprendía muy bien que implicaba el juego de la política, pero quería estar ahí. Veía también reflexiones, análisis, que detrás de eso se escondía la “inteligencia” humana. El ser político, un hombre de traje, hablando con Lanata a la noche sobre la Ley de Medios. Estas reflexiones que entraban por mis oídos y antes de introducirse en la razón humana entraban en mi alma, como si la misma tuviera un propio sistema digestivo, un propio sistema de canalización emocional, en ese momento y espacio me parecían increíbles. Es ahí donde recién ubico la inteligencia. Pero la inteligencia como diferenciación humana, no como búsqueda intelectual, no en la búsqueda del conocimiento en sí. No me interpelaba la figura científica del conocimiento. Lo que más se movía en mí era ese sentimiento original, las famosas mariposas en la panza que sentís en tu primera cita pero sucedía al escuchar a distintos pensadores. Escuchar profetas de mi existir. Entonces esta búsqueda se aproximó por querer ser como ellos. Por eso destaco, que la búsqueda del sentido humano no es por el conocimiento científico, sino por el alma. El conocimiento tal y como lo conocemos es una herramienta más, de tantas, para llegar a conectar con eso que buscamos desde niños. Nos va guiando un sentido intuitivo donde la ciencia le da forma a la llama que se encendió dentro de nuestro cuerpo. Citando a Miguel Ángel, pronto y rápido: ““La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba.” Las concepciones teóricas están, en su mayoría, conducidas por el niño que quería ser.
La cúpula de cristal
Hay momentos donde el hombre se siente invencible. Pero no invencible por la fuerza irascible de su marco teórico, sino más bien, porque no conoce o no contempla la posibilidad de que su obra, esa escultura que ordenó los sentimientos en una ideología, no sea perfecta. Entonces, ese marco teórico está más cerca de romperse que de fortalecerse. En esta etapa de la evolución humana en el sujeto político, se actúa más por la nostalgia que por el futuro. Las ideas y sobre todo el alma no se acomodan a la búsqueda de una realidad material más sustentable y feliz de sus compatriotas, sino que el conocimiento científico esta vez se ordena para argumentar todo lo que está mal y todo lo que está bien. Dividir al mundo en “buenos” y “malos” para que nada dañe a la gran escultura de piedra. El deseo de conservar el marco teórico es un instinto de supervivencia, porque la escultura de piedra se transformó en una cúpula de cristal donde cualquier contradicción o aproximación a otra orilla del río hará que eso se rompa. Es vertiginoso para el hombre estar en esa situación, donde la construcción de un gigante de mármol se vea demolida por ideas foráneas al niño que supo inventarse un horizonte. Suele haber varios caminos: la negación, la obsecuencia, mantener la cúpula de cristal o incluso el exilio de la conciencia. En este último el hombre habitúa lugares donde nada más se satisface sus necesidades ideológicas, no conoce lo “malo” porque solo recurre a lo “bueno”. Pero esto sugiere un gran peligro, porque un mundo sin contradicciones es también un mundo sin verdades, si son todos “buenos” no hay “malos” y cuando estas formas aparecen el desconocimiento es total. ¿Cómo enfrento a esto que negué toda mí vida? se pregunta el hombre, y ya es tarde, porque en el camino de la evolución científica del sujeto política, este hombre corre años y años detrás de lo “malo”. A veces el camino ideal puede ser romper el gigante de mármol que armaste de chico, porque es también el ciclo de la vida. Crecer, sufrir y madurar. El camino de la maduración política tiene que venir acompañado de destruir todo lo que creíamos para volver a armarlo, o quizás, unas rasgaduras para volver a arreglarlo. Así el hombre es más fuerte. Una premisa que tomó Akira Toriyama para diseñar el arquetipo biológico de los saiyajin: cuando están a punto de morir y sobreviven, se vuelven más fuertes.
Llegar a la búsqueda desde el mito originario
Estamos del otro lado, hemos creado nuestra búsqueda a través de un mito originario. Hemos creado nuestro gigante de mármol y lo hemos destruido. Hay quienes se quedaron con el gigante y su cúpula de cristal alejándose de todo para que no se rompa. Aquellos, quedaron en el pináculo de la evolución política, lejos del niño y lejos del hombre. Solos, en su terreno de verdad y comodidad ideológica, quizás sean más felices pero han abandonado la búsqueda. Pero hablaremos de ellos en otra ocasión, hoy nos centramos en el hombre que sigue buscando. Cambiar los matices del pensamiento en este camino no es engañar a nadie, sino más bien, es aproximarse más a la búsqueda del hombre. Tampoco es engañarse a sí mismo, porque ningún camino es lineal, ninguna vida lo es. Finalmente, satisfacer el mito originario es la vida misma. El momento de volver a crear es difícil porque siempre parece que se crea de cero, pero este no es el caso. Un camino trazado por búsquedas, contradicciones, personas, pensamientos, ideas acertadas y equivocadas, son parte de la experiencia que reconstruye al gigante de mármol. La premisa de Miguel Ángel vuelve a tener sentido, porque todo este conocimiento, que no se reduce al conocimiento científico, traduce la espiritualidad del alma de un hombre adulto. Es claro que al evolucionar, las preocupaciones del hombre sean distintas, entonces su sentir sea distinto. Entonces, todas estas transformaciones espirituales van mutando y todos esos campos del conocimiento que descubrimos allanan la búsqueda de todo sujeto político con ambiciones de transformar la realidad. Hay contradicciones pero son necesarias para volver a configurarse. Si volvemos a la premisa de Miguel Ángel, donde el marco teórico le da el entorno a la figura del alma, si tenemos sentimientos nuevos vamos a tener la necesidad espiritual de acercarse a distintas formas de pensar la vida, a distintas cosmovisiones, porque sino no habrá conexión entre cuerpo y alma. Reconstruir políticamente a este sujeto es un camino donde si no hay conexión entre lo que se cree y lo que se piensa, no se llega. Porque ningún humano puede transformar la realidad si no siente lo que verdaderamente está creando.
La gran rueda
¿Para qué? es la gran pregunta que nos solemos hacer todos los que somos conscientes de las dificultades que tiene nuestro camino. Descubrimos que el deseo original en realidad era un medio para el fin: la felicidad del pueblo. Todos nos encontramos conectados por lo mismo, cambiar la realidad material y espiritual de nuestros compatriotas. Las trabas en el camino no son más que desencuentros entre el origen y el final, por eso siempre hay que tener el horizonte claro. El rol del sujeto político tiene que acomodarse en esta brújula, cada argentino forma parte de un engranaje superior, que es el desarrollo de la “cosa” de lo que es parte. Si cada aguja funciona bien, la rueda camina. Cada uno desde su lugar aporta al andar de la gran rueda. Las conexiones espirituales de cada persona que trabaja en el camino de esta rueda funciona como la sinapsis del sistema nervioso central, se enciende cuando desde su lugar los distintos argentinos aportan al crecimiento del país. El invierno neoliberal triunfa en el siglo XXI, donde el individualismo, el “sálvese quien pueda” es un cantar tácito, nadie lo dice de esa manera pero todos quieren vivir bien sin saber cómo vive el de al lado. Vencer este clima de época es volver a las bases del mito originario para construir el futuro, sabiendo que el futuro es en comunidad, para hacer caminar la gran rueda Argentina.
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